sábado, 24 de octubre de 2015




EL PRINCIPIO MARIANO


«En el alba del nuevo milenio vislumbramos con alegría la presencia de ese "perfil mariano" de la Iglesia, que sintetiza el contenido más profundo de la renovación conciliar». Con estas palabras Juan Pablo II subrayó la importancia y la actualidad de la dimensión mariana de la Iglesia, que constituye uno de los "signos de nuestro tiempo".
El principio mariano, es un aspecto de la vida eclesial que continúa y actualiza el «sí» de María a Dios, y que se manifiesta sobre todo en la santidad del amor y en la vida evangélica del creyente. Se trata de una dimensión que, al lado del principio «petrino» como fuerza que unifica, está presente desde siempre en la Iglesia.
Es verdad que de modo particular el pontificado de Juan Pablo II, ha contribuido notablemente a la aparición del perfil mariano de la Iglesia.
En efecto, la figura y el papel de María están constantemente presentes en la enseñanza y en la doctrina de Juan Pablo II, como para poner de manifiesto hasta que punto el perfil mariano es parte integrante del carisma de Pedro, mas aún, hasta que punto lo precede. No por casualidad ha puesto a María al frente de todas las acciones de su pontificado dedicándole el escudo pontificio con el lema «Totus tuus».
Es significativa la alocución dirigida por el Papa, en 1987, a los cardenales y a los prelados de la Curia Romana, en la que les dice: «María precede a todos los demás y, obviamente, al mismo Pedro y a los apóstoles (...). Como bien ha dicho un teólogo contemporáneo, "María es reina de los apóstoles,sin pretender para sí los poderes apostólicos. Ella tiene algo distinto y superior" (...). La Iglesia vive de este auténtico "perfil mariano", de esta "dimensión mariana" (...). El vínculo (entre el perfil mariano y el petrino) es estrecho, profundo y complementario, aunque el primero (el mariano) es anterior (al petrino) tanto en el designio de Dios cuanto en el tiempo; y es más alto y preeminente, más rico en implicaciones personales y comunitarias».
Partiendo del evangelio, algunos teólogos hacen notar que Jesús, en su vida, se rodeo de una «constelación» humana compuesta por María, por Pedro, por los apóstoles, por las hermanas de Betania, etc. Todos representan las distintas misiones de la Iglesia, que se perpetúan en su camino histórico, ya que «Cristo Resucitado, que quiere estar presente en su Iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos, no puede ser aislado de la "constelación" de su vida histórica».
El cometido, la función de cada una de estas personas es fundante tanto en la edificación como en la ampliación de la Iglesia. Pedro, por ejemplo, representa el «ministerio», Juan el «amor», Pablo la «novedad» y la libertad en el Espíritu, Santiago la «tradición» y la fidelidad a la misma.
El papel de María, su dimensión eclesial, no está junto a las otras, sino que las abarca a todas, es omnicomprensiva. María es prototipo de la Iglesia, modelo suyo, desde el comienzo de su misión, es decir, desde el acontecimiento de la encarnación, en la que, con su «fiat», no solo recibe de Dios la maternidad respecto a su Hijo, sino también respecto a toda su obra.
Recorriendo una a una las etapas de la vida de Maria, se evidencia el alcance eclesial de esta incondicional disponibilidad suya a todo nuevo requerimiento de Dios.
En su «sí» María se convierte en la forma plasmadora de la Iglesia, en lugar de encuentro entre Dios y el hombre. Su «sí» no es solo una respuesta individual, sino que contiene una dimensión colectiva de apertura por parte de todo el género humano en relación con Dios.
Por consiguiente, la misión personal de María se extiende a toda la Iglesia y abarca todas las misiones eclesiales. Es Ella el punto de encuentro entre las distintas dimensiones de la Iglesia. En esta óptica se comprende en qué sentido hay una «inhabitación» mutua de María en la Iglesia y de la Iglesia en María.
La unidad de la Iglesia se funda en la misión de María y en la misión de Pedro, que se prolongan a lo largo de la historia. Esta interrelación hunde sus raíces en la comunión trinitaria de Dios. La Iglesia, que tiene por modelo a la Trinidad, se realiza en torno a María y a Pedro.
El principio petrino representa su «santidad objetiva» (el aspecto jerárquico, institucional); el principio mariano, su «santidad subjetiva» (es decir, el aspecto carismático). Ambos son coextensivos con la Iglesia, ambos tienen un único punto de convergencia en el Espíritu Santo, y se mueven en la reciprocidad, el uno hacia el otro, para ser la única Iglesia de Cristo. «En el reino del amor reciproco que es la Iglesia -dice el teólogo von Baltasar- todo está en constante movimiento entre estos dos principios».
Sin embargo, el principio mariano antecede al petrino: por ser, como hemos visto, omnicomprensivo de los otros cuatro principios eclesiales, el ministerio, el amor, la tradición, la novedad, garantiza la unidad entre todos.
Si quisiéramos expresarlo con una imagen, tendríamos que pensar en un círculo que rodea y abarca a todos los demás.
Son numerosas las resonancias que tiene en la vida de la Iglesia la función de María así comprendida: Ella es el modelo para la vida del cristiano; es el prototipo que puede contemplar la mujer para encontrar el lugar que le corresponde en la Iglesia; es el «estilo» de los movimientos eclesiales, que desempeñan su misma función de cohesión, mostrando la unidad en la vida de la Iglesia.
María es, además, el camino que conduce al ecumenismo y al dialogo interreligioso, es la que puede hacer que el cristianismo supere el riesgo imperceptible de volverse inhumano y que la Iglesia supere el riesgo de volverse funcionalista, sin alma.
Para concluir, únicamente menciono que las ideas básicas citadas en el presente artículo, fueron extraídas del libro “El principio mariano en la eclesiología de Hans von Baltasar”, estudio cuyo autor es el sacerdote irlandés Brendan Leahy, en el que presenta sugerencias para de reflexión sobre este principio en la vida de la Iglesia, y pretende abrir nuevos horizontes a una eclesiología, que encuentra en María su rostro más auténtico.

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